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Desde La Luna

Muerte de un poeta

Son las tres de la mañana. Gustavo deja con mano temblorosa la taza encima de la mesa. Esta vez el dolor es tan fuerte que ni siquiera la tisana ha podido aliviarle. La tos viene otra vez teñida de sangre, pero él se aferra a los papeles y busca una rima. Aunque siente cada vez más frío, quiere terminar estos versos antes de dormir, llevan todo el día rondándole por la cabeza.

Apenas puede ver el papel. Se acerca a la vela que arde encima de la mesa, su llama se balacea bruscamente por el aire que filtran las ventanas. El humo le hace toser una vez más.

No puede verlos, pero los siente. Los personajes que ha creado van llegando en lento cortejo. Unos vienen de muy lejos, otros de parajes cercanos. Vienen tristes pero decididos a luchar por la memoria de su creador. No están todos; siempre queda alguno que no está conforme con el trato recibido. Ésos, que luchan por el olvido, son los que tienen más posibilidades de permanecer.

Luego llegan los versos en forma de melodía. Se mezclan con espíritus y caballeros, con damas y ojos verdes. Un rayo de luna inunda la habitación. Casi se puede oír el llanto de las musas.

El último ataque de tos le deja agotado y tiritando. La pluma le cae de las manos, queda una mancha de tinta sobre el pergamino a la que sus amigos no prestarán atención. La mano misma cae lentamente, despide a la inspiración, busca otra mano. El recuerdo de su amor le dibuja una sonrisa, sus ojos se cierran; ha muerto un poeta.

1 comentario

Anónimo -

Sólo dos palabras: muy bueno.