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Desde La Luna

Directo al mar

Agustín se sujeta con fuerza al abrigo de su madre. Alza la vista, y la ve gesticular. Se aleja un poco del montón de los plátanos para ver quién está al otro lado: los vendendores de fruta, vestido de blanco, se mueven deprisa por detrás de una barrera de colores.

Como camina hacia atrás, choca con algo y se asusta; un señor muy grande le sonríe desde arriba, y Agustín balbucea una disculpa. El golpe le sitúa en una perspectiva diferente: delante de él ya no están las montañas de fruta, sino algo mucho más extraño. Decenas de peces muertos le miran con la boca abierta. Agustín los contempla con un gesto de asco, y de pronto descubre que hay algo de vida entre el hielo. A un lado, apiladas, tres cajas de cangrejos que agitan sin parar. Uno de ellos ha conseguido escapar, y camina torpe por el suelo ennegrecido del mercado. Agustín mira al señor que vende el pescado; por suerte no se ha dado cuenta de nada. Disimulando como los detectives de sus cuentos, se acerca cada vez más hasta donde está el cangrejo: hay que conseguir que escape.

Caminando despacio logra interponerse entre el animalito y el señor del pescado, que sigue sonriendo a los compradores. Se gira para comprobar, ya aliviado, que el cangrejo ha alcanzado el reguero del agua, donde no pueden verle. "A lo mejor mañana llega al mar", piensa Agustín que vuelve, feliz, a contarle a su madre la hazaña del cangrejo.

1 comentario

Anónimo -

Me ha encantado.