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Desde La Luna

Invisibles

Llegó un momento en el que los habitantes de la ciudad se habituaron tanto a los mendigos que, a fuerza de despreciarlos, se hicieron invisibles. Un día desaparecieron. Otro día se evaporaron los ancianos; otro, los enfermos más graves. Entonces la Muerte se enfadó tanto que decidió retirarse. Y se quedaron eternos, secos y estériles, el resto de los "humanos".

Paréntesis en la ficción

Parece que nada nos conmueve. Gastamos las palabras hablando de temas que no conocemos. Ayer Pilar nos recordó que el Congreso es un instrumento del pueblo y para el pueblo. El pueblo es soberano, y su voz debe escucharse. La política no es el fin, sino el medio; el fin somos los ciudadanos. Estamos perdiendo la capacidad de hablar de persona a persona, de experiencia vital a experiencia vital; todo tiene un signo y un color. Desprestigiamos a alguien cuando conocemos su filiación política, como si el hecho de tener una ideología invalidara al resto de la persona. Algunos creen que el duelo por un hijo es menos doloroso según de qué partido. Es el efecto del prejuicio, que nos hace categorizar a las personas en función de un solo rasgo, ya sea de tipo racial, ideológico o respecto a su clase social.

Los medios de comunicación nos "informan" sobre la vida pública como si fuese una crónica deportivo, en la que se apuntan tantos uno y otro equipo. Ni siquiera la literatura está libre, porque unos y otros periódicos promocionan o ningunean a los escritores en función de su supuesto color.

Gracias, Pilar, por devolvernos la voz. Vaya nuestro grito para todos los que la perdieron aquel terrible día, y que ese grito ensordezca a todos los que antes de llorar preguntan de qué color eran su piel y su voto.

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Apagón

En la ciudad se apagaron las luces.
Unos se acordaron del ayuntamiento;
Otros culparon
a la compañía eléctrica.
Los abuelos,
que llevaban años callados,
contaron historias ancestrales
de cuando la luz
no llegaba a las casas.
Los niños,
alegres y asustados,
encendieron las velas.

Era la oscuridad.

Por unas horas
el tiempo se detuvo;
no tuvieron
con qué matarlo.

Alguien dijo
que era 31 de diciembre.

El nuevo año llegó
sin campanadas;
sólo los relojes
marcaban, exactos,
su tic tac tic tac.

1 de enero;
poco a poco
vuelven las luces;
los hombres
no recuerdan nada.
Sólo que están juntos,
y eso basta.
Y viven.
Y sueñan.
Y se aman.
Eso basta.

En algún lugar
un dios desconocido
quiso resetear el universo
y darle al mundo otra oportunidad.

Regreso

Bueno, ya estoy de vuelta después de un ausencia demasiado grande... os pido disculpas a todos por el silencio.
Dejo arriba el principio de una historia: si alguien se anima puede continuarla, y yo seguiré escribiendo a partir de su comentario.

Pájaros caídos

Podemos pensar que no merece la pena
recoger en el parque un pájaro herido.
Que las calles de Madrid
están llenas de siluetas vacías,
huecos de ausencia
que no pueden llenarse.
Que en muchos lugares
no pararán las bombas estos días.
Pero yo conocí a una persona
que antes de marcharse
me enseñó a curar las alas
de un pájaro herido.
Escuché a muchos
que otro mes de marzo
gritaron en las calles
queriendo parar la guerra.
Por ellos,
y por la risa limpia de los niños,
y por los que nos tienden una mano
Cuando más lo necesitamos,
Merece la pena sonreir en estas fechas
Y recoger de los parques pájaros caídos.

Abrazo

Si pudiera esta noche tejer tu sueños,
qué lugar te inventaría.
Despertarías en la orilla
y el mar envolvería tu cuerpo desnudo.
El sol pintaría tus hombros,
y sin que apenas lo sintieras
una leve brisa barrería tus miedos.

Si pudiera,
con un pincel fino
pintaba en las paredes
tu verso favorito,
para que al leerlo
sintieras que mi mundo
es por fin nuestro.

Esperando un barco

Lucas dejó atrás el faro y se sentó al borde del acantilado. Frente a él se extendían un cielo limpio de nubes y el mar; resultaba difícil saber dónde empezaba uno y terminaba el otro. Aquel horizonte curvo era la mejor recompensa para su viaje. Después de un mes caminando, por fin había llegado a Finisterre. Recordó a todos los que encontró en el camino; habitantes de los pueblos y compañeros de viaje. Muchas veces sintió el deseo de quedarse en algún lugar, o de permanecer unido a un grupo. Pero tenía que llegar al final; había continuado cada día a pesar del cansancio y las ampollas, con la esperanza de que frente al mar hallaría las respuestas. Y ahora, en el silencio del atardecer, lo único que venía a su mente una y otra vez era la imagen de sus pies mientras caminaba.

Fragmento de Gastón Bachlelard, en "La terre et les réveries de la volonté"

"Si destruís los sueños, aplastáis al obrero. Si descuidáis los poderes oníricos del trabajo disminuís, aniquiláis al trabajador. Cada trabajo tiene su onirismo, cada materia trabajada aporta sus sueños íntimos. El respeto a las fuerzas psicológicas profundas debe conducirnos a respetar contra todo atentado el onirismo del trabajo. Nada bueno se hace a desgana, es decir, a contrasueño. El onirismo del trabajo es la condición misma de la integridad mental del trabajador. ¡Ojalá venga un tiempo en que cada trabajo tenga su soñador titulado, su guía onírica, en que cada manufactura tenga su oficina poética!"

Tomado del libro de Savater "Invitación a la ética"

Esperando un barco (II)

Decidió bajar al pueblo a descansar y regresar al acantilado por la mañana. Mientras bajaba la carretera, se fijó en una pequeña cala, casi oculta entre las rocas. Encontró el camino que descendía hasta la playa, y cuando llegó le agradó ver que no había nadie; sólo una muchacha sentada en la arena. A su lado, de pie, una gran maleta de piel marrón, rodeada por un surco de arena que servía de soporte. Se sentó a su lado; ella ni siquiera le miró. Su vista estaba fija en el horizonte. No parecía tener interés en hablar; tal vez no tuviera interés en nada salvo el mar. Lucas la observó durante unos minutos, atraído por la serenidad de aquel rostro. Intrigado por saber de qué color serían sus ojos, se decidió a preguntar:

- ¿qué haces aquí?
- Estoy esperando un barco - Respondió ella, sin girarse.

El jardín de las palabras

Qué hermoso final para el 2033. La nieve cae con fuerza, y la casa tiene tanto calor como en los mejores años, cuando Natalia vivía. He encendido la chimenea y he puesto la mesa en su honor, como le gustaba hacer cada Nochevieja. Dentro de poco nuestro viejo reloj con carrión dará las doce; para entonces espero haber terminado esta carta, y brindar a su salud con una copa de champán. Luego me iré a dormir, y mañana temprano saldré de casa por última vez y dejaré la carta en un buzón; aun no han desaparecido todos. Mi primera idea fue dejársela a mi hijo como despedida. La deseché porque no creo que se molestase en buscarla y, aun en el caso de encontrarla, pensaría que es una muestra más de mi desvarío. Así que me dirijo a su revista de Filosofía porque es el único lugar donde hay alguna posibilidad de que esta carta se publique. La conozco desde que, siendo un chaval, empecé a trabajar como profesor de Letras Muertas. Me dirijo a ustedes porque aun quiero a mi mujer, y ella merecía que no fuera sin intentar dejar este mensaje, en el que los dos creímos. Tal vez no publiquen la carta, pero al menos lo habré intentado. Aun si tomaran la decisión de no publicarla, es seguro que una persona la leerá, y quién sabe si esa persona la tomará un poco en cuenta y la comentará con otra, y luego con otra.

Ustedes no lo recuerdan, pero hubo un tiempo en que las palabras eran importantes. Estoy seguro de que mi hijo lo ha olvidado pero a él, como a muchos de ustedes, su madre le leían cuentos cada noche, con tanto amor que escuchándola era imposible saber si había tenido un día bueno o malo .

Casi nadie decía realmente lo que quería decir, por miedo a que los demás descubrieran sus puntos débiles, por miedo a no quedar bien. Las clases se daban a través de un ordenador, y las comunicaciones eran a través de mensajes de texto y correos electrónicos. Como otros, mi hijo se dio cuenta de que se podía vivir sin decir una sola palabra. Mi mujer y yo tardamos un tiempo en darnos cuenta de lo que le sucedía, y cuando lo hicimos era tarde. Intentamos que recordara las historias que había escuchado, pero no hubo manera. Las novelas dejaron de leerse, la filosofía pasó a ser un estudio inútil; sólo unos pocos continuamos inventando mundos, creando nuevas historias que nadie leería.

No han desaparecido las palabras, pero sí su función expresiva: se han reducido a meros transmisores de información. Pero cómo hacerles recordar que son tan hermosas... Tan hermosas como la nieve esta noche, como lo será el sol si sale mañana después de la tormenta. Cómo si no decir te quiero, cómo ofrecer nuestra ayuda, cómo decir cuenta conmigo. Cómo explicar ese nudo que sentimos en el estómago y que se afloja al ponerlo en palabras. .

He intentado seguir adelante sin Natalia, pero cuando ella murió perdí lo único bueno que tenía en este mundo. A pesar de los años, hasta el final tuvimos muchas cosas que decirnos, libros que leernos y comentar, palabras que hacían que las horas tuvieran un sentido. Ahora no puedo vivir sin la palabra de otro, y por eso he tomado esta decisión.

Tengo un amigo de la infancia, Félix. Hace muchos años ya que le encerraron en un hospital. Todas las semanas le hago una visita. Utilizamos las manos para comunicarnos: si le hubiera hablado, me habrían encerrado a mí también. Hoy me sentaré frente a él y empezaré a hablar: le hablaré de Natalia, de los libros… hablaré hasta que dos enfermeros, amable pero firmemente, me lleven a un cuarto donde me quedaré para siempre. Allí han ido llegando los escritores, los filósofos, los historiadores, los poetas... Por las noches, cuando todos los enfermeros duermen, los internos salen al jardín y recitan poemas, los inventan, juegan con las palabras... allí seré feliz.

Año de nieves...

Año de nieves...

Que a cada uno le traiga (o le conserve) sus más preciados bienes.

Escribir

Guardo las palabras en un baúl de roble,
como pergaminos amarillos que se rompen al tocarlos.
Lo que he sido en cada instante
está escrito en esas hojas.
Cada vez que lo abro
y soy un cuento
o desenredo un poema,
copio algo de mí que se quiebra para siempre.

Fisterra

Fisterra

Son las ocho y media de la mañana. Ella espera en la mesa de siempre con un café solo. Juega con el líquido, observa la espuma en los bordes mientras piensa un cuento. Él llega puntual, igual que su sonrisa. Le mira. Quiere decirle tantas cosas... que llevan tantos años recorriendo un camino, y han llegado al final. Ese faro. Que no es sólo el final del camino, sino el comienzo de uno nuevo, uno para recorrer juntos durante mucho tiempo. Cómo explicarlo... busca en su bolso y le tiende un cuaderno con la primera foto y una dirección de Internet.